domingo, 15 de mayo de 2011

el hombre y la naturaleza

El hombre y la naturaleza
Así, pues, no pudiendo la esencia de la nacionalidad encontrarse en una cosa natural, fuerza es resolverse a buscarla en un acto espiritual. Aquí tropezamos, pues, con el segundo grupo de teorías a que hace un instante me he referido. Son todas ellas teorías que, en efecto, reconocen la imposibilidad de definir la nación como cosa natural y la necesidad consiguiente de definirla como acto espiritual. Ahora bien, ¿cuál es ese acto espiritual en que la nación consistiría?
De entre las teorías espiritualistas de la nacionalidad entresacaremos dos, que, por la prestancia de sus autores y por la claridad de su diseño resultan adecuadísimas a los propósitos de nuestro estudio. El filósofo frances Renan se propone buscar una definición de la nación. Bien pronto, empero, se da cuenta de que los elementos naturales, como raza o sangre, territorio, idioma, no bastan a explicar los contenidos trascendentes de la nacionalidad. Entonces, como acabamos de hacer nosotros, desecha las teorías naturalistas y encamina su indagación hacia un acto espiritual. Y llega a la conclusión de que la nación es el acto espiritual colectivo de adhesión que en cada momento verifican todos los partícipes de una determinada nacionalidad. «Una nación -dice- es un plebiscito cotidiano.» Fórmula feliz, sin duda, clara, breve, contundente y que pone la esencia de la nación en el ápice íntimo de todos los corazones que la componen. En efecto, una nación es eso, la adhesión plebiscitaría que todas las almas tributan diariamente a la unidad histórica de la patria. Pero no basta con esto. Hace falta concretar algo más. ¿Sobre qué objeto recae esa adhesión de todos? Para Renan, el objeto a que el plebiscito cotidiano nacional presta su adhesión no puede ser otro que el pretérito, la historia nacional, «un pasado de glorias y de remordimientos». Nación es, pues, según Renan, todo grupo de hombres que, conviviendo juntos desde hace mucho tiempo, prestan diariamente a la unidad, que constituyen, una adhesión constante, referida a la integridad de su pasado colectivo. Según esto, la nación española, por ejemplo, sería el acto espiritual que diariamente prestamos todos los españoles -dignos de tal nombre- a nuestro pasado integral, a toda nuestra historia pretérita, es decir, a los malos como a los buenos lados, a las «glorias» como a los «remordimientos», haciéndonos solidarios de todo lo que nuestros antecesores han hecho, han pensado y han sido, inscribiéndonos en la lista infinita de esos hombres que, desde Viriato hasta hoy, constituyen una a modo de irrompible cadena.
Frente a esta teoría de Renan podemos colocar la tesis del filósofo español José Ortega y Gasset. El ilustre pensador hispano comparte con Renan la convicción de que ni la sangre, ni la raza, ni el territorio, ni el idioma, ni elemento ninguno «natural», pueden considerarse como esencia de la nacionalidad. También, como Renan, cree José Ortega y Gasset que un acto espiritual tiene que ser el que constituya la esencia de la nacionalidad. Ese acto es, por último, para el filósofo español, como para el francés, un acto de adhesión plebiscitaria que los hombres actuales tributan a la unidad de la patria. Pero la diferencia entre los dos pensadores cuyas teorías analizamos es que, para Renan, la adhesión plebiscitaría recae sobre el pasado histórico colectivo, mientras que para José Ortega y Gasset recae sobre el porvenir histórico que va a realizarse. La nación es, pues, según éste: «primero: un proyecto de convivencia total en una empresa común; segundo: la adhesión de los hombres a ese proyecto incitativo.» La idea, pues, de un futuro, que se ofrece como forma deseable y preferible de convivencia total, sería lo que, para José Ortega y Gasset, mejor definiría la esencia de la nacionalidad; pues esa esencia, que en la historia se revela siempre creadora, productora, fecunda en obras y formas nuevas, ha de ir evidentemente orientada hacia el porvenir, si ha de ser, en efecto, como siempre ha sido, propulsora de la vida social. La adhesión al pasado histórico no bastaría a explicar el dinamismo creador de la nacionalidad. Siendo ésta una forma de vida actual, tiene necesariamente que orientarse hacia el futuro, al cual se encara por definición toda vida humana.
He aquí, pues, las dos teorías más notorias del grupo espiritualista, en lo referente a la esencia de la nacionalidad. Si las examinamos en comparación una de otra, hallaremos ante todo que en muchas partes coinciden, y que donde no coinciden no son tampoco incompatibles o contradictorias. Coinciden en toda la parte que pudiéramos llamar negativa: eliminación radical de las concepciones naturalistas y necesidad de buscar la nacionalidad en un acto espiritual. Coinciden también en el carácter de adhesión colectiva que dan a ese acto espiritual. Sólo discrepan en el momento de determinar el objeto sobre el cual haya de recaer la adhesión colectiva. Ese objeto es, para Renan, el pasado; para José Ortega y Gasset es, en cambio, el futuro. Pero esta divergencia no parece, en el fondo, irreductible. La adhesión a una «empresa futura» se compadece perfectamente con la adhesión a un pasado de «glorias y remordimientos». El acto de adhesión podría tener muy bien dos facetas: la una que mirase al pasado y la otra que mirase al futuro. Así, pues, las dos teorías espiritualistas que acabamos de examinar no sólo no se oponen, sino que podrían de un modo relativamente fácil componerse en una sola teoría mas amplia y comprensiva.
Se instaló en la agenda pública la necesidad del uso racional y responsable de los recursos naturales. Los conceptos de “calentamiento global”, “daño al ecosistema” o “crisis energética” forman parte del lenguaje cotidiano. Esta acción obedece al temor de llegar a un punto de no retorno que signifique la extinción de la vida fundamental para el desarrollo.Las consecuencias derivadas del manejo irresponsable en la evacuación de residuos líquidos y sólidos por parte de empresas productivas nos enfrentó a una realidad que creíamos lejana.
Lo ocurrido en el río Mataquito y algunos desastres semejantes, han destacado la necesidad de promover un conjunto de exigencias y sanciones coherentes, no sólo por los daños económicos provocados, sino por las implicancias culturales en un sistema que integra la necesidad de rescatar la diversidad y respetar cada forma de vida. La opinión pública no está indiferente. Es correcto poner el acento en proteger los recursos naturales en tanto su contribución al bien común es una responsabilidad propia del hombre. Muchos economistas sostienen que el asunto pasa por definir los derechos de propiedad. De esta forma, existiría un dueño capaz de exigir el respeto a sus bienes. Podemos entender los argumentos técnicos que validan tal posición, pero es muy fácil desnaturalizar el destino universal de tales bienes y promover su concentración en manos de pocos.
Algunos pretenden que sea el Estado el que prohíba y regule. No obstante, el poder de fiscalización y las presiones le impiden ejercer en plenitud dicha potestad. Estados plenipotenciarios como China o la ex Unión Soviética han dado clases magistrales de un manejo poco ético y negligente del equilibrio ambiental. Si la propiedad privada o su antónimo, el colectivismo estatal, no parecen resolver el buen uso de los bienes de la naturaleza sólo podemos concluir que será el poder de cada uno hacernos responsables en todo nivel hasta llegar a la sociedad en su conjunto.
Lo único que nos resta es entrar más en la naturaleza y entender que ella existe en lo invisible tanto como en lo sensible, en aquello que algunos de modo incoherente destruyen mientras salvan a los cisnes; donde la trascendencia se manifiesta plena en aparente dicotomía con nuestras limitaciones materiales. Así, nuestra responsabilidad será completa cuando la vida, desde su concepción hasta su muerte, sea un modelo del respeto.
Problema actual entre el hombre y la naturaleza
Hace poco más de un mes, a principios de Junio, la ONU hizo un llamamiento mundial para que las naciones y organismos intergubernamentales de todo el planeta se comprometan a incluir en sus planes, proyectos y medidas de protección medioambiental. Por primera vez, este organismo reconoce la gravedad y dimensiones de un problema que, a corto plazo y de no tomarse medidas, califica de irreversible.
Ante la creciente situación de degradación cuyos signos se evidencian con mayor fuerza cada día, existen variadas respuestas que van desde la militancia política más radical hasta el escepticismo. Unos esgrimen un discurso catastrofista y apocalíptico que trata de culpar del problema a la sociedad industrial o al Capitalismo. Otros dicen que no está claro que antes no existieran esas situaciones, que ahora surgen porque hay intereses en ello; lo cierto es que, en los últimos veinte años, la discusión sobre el medio ambiente ocupa y preocupa al hombre de la calle y a los especialistas.

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